LEAN EL PRIMER CAPÍTULO DE CAMINOS A TIERRA SANTA

UNA HISTORIA SOBRE LA PRIMERA CRUZADA DE EDUARDO AGÜERA, PUBLICADA EN AMAZON.

PRIMERA PARTE:

EL SURGIMIENTO DE LA PRIMERA CRUZADA

EL PAPA ORDENA LA PRIMERA CRUZADA.

CLERMONT

Francia, 18 de noviembre de 1095

La bella ciudad de Clermont, situada en Francia central, está custodiada por una inmensa muralla con más de ocho almenas continuamente vigiladas por arqueros y cuatro puertas principales de acceso fuertemente protegidas por guardias. Dentro de las murallas vive la nobleza, la clase alta, la media y los miembros del clero. Fuera de los extramuros hay un pequeño pueblo donde convive la clase baja, campesinos, artesanos y algunos comerciantes. Extensos campos de cultivos y granjas la rodean para así abastecer a todos los ciudadanos durante todo el año.

***

El Papa Urbano II ha reunido a los obispos, arzobispos y abades, un total de trescientos miembros del clero de todo el territorio. Reyes, príncipes y ciudadanos procedentes de todos los rincones de la gran Francia, el Imperio Español e Italia, acudieron a su llamada. Hubieron de congregarse en los extramuros de la ciudad, muy cerca del monasterio de los cartujos, construido pocos años antes en 1080. Tantas gentes distintas se congregaron que no cabían dentro de la ciudad.

Urbano II comenzó el Concilio:

«Hermanos en la fe de nuestro Señor Jesucristo, demos gracias al Señor por este gran reencuentro. A partir de hoy, nuestras vidas van a cambiar para siempre. Juntos vamos a conquistar antiguas tierras, porque así lo ordena nuestro Padre. Jerusalén nos pertenece, es nuestra, la tierra del Señor…

…Si luchamos, Dios nos recompensará con vida placentera y eterna. Mejor vida para los reyes, príncipes, barones, valientes caballeros, campesinos, granjeros, comerciantes, artesanos y personas esclavizadas a merced de señores sin fe. ¡Estáis invitados a combatir! ¡Cambiad las herramientas de labranza por la espada y el escudo, el Señor os protegerá y os llevará a su Reino!»

Con estas palabras, el Papa Urbano II concluyó su discurso.

El Concilio se prolongó por diez largos días. Las palabras del Papa convencieron a buena parte de las personas congregadas que estaban cansados de la vida en el campo. No les importaba luchar para mejorar sus vidas.

Los obispos y abades, encargados de expandir las palabras de su máximo representante en la tierra, llegarían a sus localidades para alentar a más fieles.

En la fría mañana del domingo 30 de noviembre de 1095, los jefes cruzados fueron elegidos por el Papa.

Godofredo de Bouillón, su hermano Balduino de Borgoña, Bohemundo de Tarento, Felipe I rey de Francia y por último Hugo de Varmandois hijo del rey, partieron con sus respectivos ejércitos para hacer un largo viaje hacia el Imperio Bizantino, con el propósito de reunirse con el emperador, Alejo I.

Godofredo de Bouillón, impulsor y comandante del primer ejército cruzado. A sus treinta y cinco años tenía decidido servir a Cristo. Persona con grandes creencias religiosas, incluso vendió todo lo que tenía para complacer y ayudar al Papa. Con 22 años fue nombrado duque de la Baja Lorena y duque de Bouillon. Reunió a más de diez mil combatientes, fueron los primeros en salir de Clermont. Llegaron a la ciudad de Brujas para reclutar a más valientes, ya que para él diez mil hombres eran escasos.

En el verano de 1095, en la bella ciudad de Brujas, el valiente y habilidoso Godofredo logró convencer y reclutar a cinco mil hombres más, la mayoría campesinos y granjeros, prometiendo una mejor vida en su ejército.

Balduino de Borgoña, hermano de Godofredo, junto a sus más de nueve mil hombres, fue el segundo ejército en partir. El más joven de todos los jefes cruzados, con tan solo veintidós años, quiso acompañar a su hermano mayor.

Raimundo de Tolosa, único noble representando al Imperio Español. Caballero experimentado en la batalla que a sus veintiséis años perdió el ojo derecho contra los selyúcidas turcos, había reunido a ocho mil combatientes.

Bohemundo de Tarento, hermano de Raimundo, quiso sumar sus soldados a los reclutados por éste. Se convirtió en un cruzado muy respetado por participar en numerosas batallas en Oriente. Contabilizaban entre los dos hermanos doce mil soldados. Sin embargo, ciertas diferencias con su hermano le hicieron decidir embarcar por separado rumbo a Constantinopla, seguido por sus cuatro mil soldados. Su experiencia le indicaba que podía ser una ruta mucho más segura.

Por último Hugo, nombrado en 1080 conde de Varmandois. Hijo de Felipe I de Francia. El propio rey había sido excomulgado por el Papa años atrás y por lo tanto no le admitió para la conquista de Jerusalén. Hugo, en realidad no quería colaborar con el Papa, simplemente gustaba conquistar Tierra Santa y así ganarse méritos propios como príncipe de Francia. Consiguió un ejército un poco menor que el resto de los líderes cruzados, cinco mil hombres, tres mil caballeros y dos mil escuderos. Decidió ir por Italia, desde Génova hasta Bari, posteriormente zarparía desde ese mismo puerto hacia el Imperio Bizantino.

Hubo un apóstol de la Primera Cruzada, concretamente de una ciudad al norte de Francia, Amiens. Primeramente fue soldado del rey Felipe I, aunque más tarde se convirtió en un ermitaño, su nombre Pedro. Él, tras ser llamado a la Primera Cruzada por el Papa, se dedicó a predicar por el centro y norte de Francia en busca de más hombres para luchar. Pedro el Ermitaño consiguió reunir a tres mil hombres, la mayoría eran campesinos, pescadores y artesanos, por provenir de tan baja cuna fueron llamados la Cruzada de los Pobres.

El 12 de noviembre de 1096, en la frontera de Hungría se unió al ejército de Godofredo de Bouillón y su hermano, Balduino de Borgoña.

En la Nochebuena de 1096 el ejército de Godofredo junto a su hermano y Pedro de Amiens, más conocido como Pedro el Ermitaño. Llegaron a las proximidades del gran Imperio Bizantino. Montaron un inmenso campamento cerca de las murallas de Constantinopla a la espera de que llegaran el resto de los líderes cruzados.

CONSTANTINOPLA

Turquía, 12 de enero de 1097

Los ejércitos cruzados consiguieron reunirse la noche del 12 de enero de 1097 en Constantinopla.

El valiente Bohemundo de Tarento se quedó tan solo con la mitad de su ejército, pues unas embarcaciones selyuquís atacaron la galera cruzada en aguas del mar Egeo. Fue un auténtico desastre, miles de soldados perecieron en la batalla, quedando los cadáveres flotando a la deriva en el mar.

Raimundo de Tolosa fue más astuto y cogió la ruta más segura. Recorrió el Sacro Imperio Germánico, posteriormente bajó hacia el Reino de Hungría (ya que en el siglo XI la situación era bastante tranquila). Su gran amigo el rey húngaro Ledislao I le ayudó a recorrer los montes de Menza, aunque el monarca se negó a participar con Alejo I y regresó a su reino.

Raimundo llegó esa misma noche al campamento cruzado con sus cuatro mil soldados.

Hugo de Varmandois llegó al mediodía del 13 de enero, con tan solo mil quinientos hombres. Las tropas habían sufrido un contagio por la peste en la zona norte de Italia que junto a la falta de alimentos hizo estragos entre sus hombres.

Godofredo fue el primer líder en llegar a Bizancio. Se sentía orgulloso de su ejército porque apenas había perdido soldados durante el viaje. Algunos combatientes, debido al sofocante calor y que la poca agua existente estaba contaminada, se habían deshidratado. En colaboración con su hermano y Pedro el Ermitaño lograron reunir a más de veinte mil soldados.

El emperador bizantino Alejo I, hijo de Juan Conmeno primer emperador de Bizancio, recibió la mañana del 14 de enero a los ejércitos cruzados en su inexpugnable palacio. Su padre había iniciado ciertos ataques contra las tropas de Urbano II cuando cruzaban el mar de Mármara en el año 1070, desde entonces, los cruzados mantuvieron una situación muy distante con el Imperio Bizantino, era esa razón por la cual Alejo I nunca mantuvo buena amistad con el Papa. Su impotencia y preocupación se reflejaba en su rostro mientras permanecía sentado en su trono labrado de madera de baobab, un árbol que solo nace en África.

—¡Mi Imperio se derrumba delante de mis ojos! Una tribu turca de origen mongol llamados selyúcidas ha tomado la ciudad. Son guerreros musulmanes sin escrúpulos. La población es asesinada cada día. Están dominando prácticamente todo el imperio. Son fuertes y poseen armas muy avanzadas. Sé que Bizancio ha tenido mala relación con occidente. No tuve más remedio que solicitar ayuda al Papado para luchar por el bien de mi Imperio y de mi población. He prometido a cambio ayudar a los ejércitos cruzados a suministrar armas y alimentos —comenzó Alejo.

—Emperador, lamentamos esas diferencias con occidente. Mi pensamiento siempre ha estado en el perdón, pues nunca sabemos cuándo precisaremos ayuda. El Papa me ha encomendado para proteger su Imperio. No desespere, mi ejército es fuerte y derrotará a esos guerreros musulmanes —Godofredo fue el primero en hablar.

—A veces, el poder trae graves rupturas, incluso entre familias. Agradezco su generosidad caballero Godofredo. Confío plenamente en vos y los vuestros. Debemos unirnos, la unión hace que un ejército sea vigoroso e indestructible —admitió el emperador.

—Soy hermano del caballero Godofredo, mi nombre es, Balduino. Confiamos en él, es fuerte e inteligente, acabaremos con esos selyúcidas.

—No lo pongo en duda. Mi propio ejército, conmigo a la cabeza, os acompañará para poder suministrar alimentos y armas, tendremos un ejército invencible. —Alejo no dudó en ofrecerse para acompañar a los líderes cruzados.

Raimundo de Tolosa se dirigió al emperador:

—Conozco muy bien a esos guerreros musulmanes. Mi ojo derecho lo perdí en una batalla, cerca de Damasco. Iba en el ejército de mi padre, el conde Ponce de Tolosa. Fuimos sorprendidos por una lluvia de flechas, los selyúcidas son muy hábiles con el arco. Mi padre murió en mis brazos, como el valiente soldado cruzado que era.

Hugo de Varmandois dio un fructífero abrazo a Alejo.

—Todos nosotros vamos acabar con esos musulmanes. Tenemos soldados suficientes para hacerle frente, no recordaba cómo era luchar contra ellos.

—Lamento lo de su padre, Raimundo. Esos soldados no tienen pudor. En estos momentos están matando a niños y mujeres para crear pánico —añadió Alejo I.

El emperador informó de las buenas nuevas a su ejército y las fuerzas cruzadas partieron hacia el norte de la ciudad.

Los selyúcidas habían destruido iglesias ortodoxas y cientos de casas. Algunos de los edificios con más historia estaban ardiendo, nada sobrevivía, el fuego salía por techos y ventanas. Gran parte de la población había sido asesinada. El paisaje era estremecedor, un ambiente muy desolador envolvía allá por donde sus ojos pasearan.

La batalla se protagonizó el 14 de enero de 1097, en las inmediaciones de Ayasofya, Templo construido por Justiniano en el 532 d. C.

El muy respetado líder del ejército selyuquí, Malik Shah I, coronado siendo muy joven en el año 1072, tras ser asesinado su padre, quería Constantinopla como sede central de su reino. Esta ciudad proporcionaba ventajas comerciales por mar y tierra, haciendo a su vez más sencillo atacar ciudades colindantes como Edirne, Adapazari, Bursa y Belikesir.

Alejo I cumplió con su promesa, otorgó más armamento a los ejércitos cristianos para las duras batallas que les esperaban. Los líderes cruzados idearon sus primeras estrategias de combates bien organizados.

Todos los caballeros estaban fuertemente protegidos por cascos, loriga, un traje de malla que cubría todo el cuerpo, un escudo triangular con una gran cruz de color rojo en el centro, una espada larga y una lanza. Sus caballos iban lujosamente adornados por gualdrapas forradas de cuero o de malla, era una forma de vestir y proteger al caballo con los hermosos dibujos heráldicos para diferenciar a cada caballero del reino que procedían y del señor al que servían.

Los infantes iban ataviados con casco, traje de malla, escudos triangulares, provisto de espadas y largas lanzas de tres metros muy efectivas para derribar a los jinetes enemigos, y arcos.

Godofredo y Balduino formaron la primera división. Veinte mil caballeros con sus caballos perfectamente acorazados con fuertes armaduras. La caballería pesada les seguía detrás. Delante cinco mil infantes y arqueros que serían los primeros en entrar en combate atacarían el flanco del ejército selyuquí.

Pedro el Ermitaño y Hugo de Varmandois conformaban la segunda división. Siete mil caballeros atacarían la parte izquierda y así cerrar el paso al ejército musulmán.

Raimundo de Tolosa y Alejo I formaban la tercera división. Diez mil soldados consolidaban su ejército. Ocho mil por parte del conde de Tolosa y dos mil del ejército bizantino. Ellos se encargarían de rematar a los soldados musulmanes para asegurarse que no hubiera supervivientes, atacando asimismo a la retaguardia.

El líder selyuquí mostraba valentía y poder. Cuarenta mil musulmanes, la mitad de ellos egipcios. Montaban en caballos y en camellos, armados con lanzas, arcos, sayf o sable y maza. Portaban escudos redondeados con hermosos colores forrados en piel de camello. El inmenso ejército avanzaba lentamente y no dudó al colocarse frente a los combatientes cristianos.

El audaz Godofredo de Bouillón y su hermano iniciaron el ataque frontal.

El caluroso atardecer hizo que los soldados se debilitaran en la contienda, siendo aprovechado por los egipcios que estaban acostumbrados a soportar aquellas altas temperaturas desérticas.

Lo egipcios pensaron en su efectividad al atacar con sus lanzas y matar a los infantes cruzados mas no tuvieron en cuenta el espíritu de sus contrincantes. Los ejércitos de Pedro el Ermitaño y Hugo acabaron victoriosos.

Malik Shah I tuvo que rendirse y huir hacia Damasco. Su ejército cayó, fueron exterminados, no quedaron supervivientes. El Imperio quedó cubierto de un paisaje truculento, montañas de cadáveres se descomponían ante el fuerte calor, bandadas de córvidos devoraban las zonas más blandas y apetitosas de los fallecidos.

Los jefes cruzados decidieron que la prioridad debía ser limpiar la ciudad para evitar posibles epidemias.

La victoria cristiana dio confianza al emperador bizantino, optando por hacer las paces con el Papa Urbano II, en agradecimiento a la ayuda recibida para su pueblo, les otorgó treinta mil hombres más para engrandecer los ejércitos cruzados. Nuevas armas y quince camellos cargados de abastecimiento suficiente para largo tiempo. El Papa aceptó una amistad comercial y militar, pues le era beneficiosa. Aprovechó la ayuda prestada por su parte para solicitar al emperador algo más a cambio, construir una fortaleza como cuartel general de sus ejércitos, de esta manera atacar la ciudad de Nicea sería más sencillo.

Nuevamente, los ejércitos cruzados volvieron a separarse por ser más seguro y sensato, además de no tan dañino en posibles disputas entre los cruzados. En caso de tener ataques por árabes, selyúcidas o persas, siempre se mantendría las tropas cristianas fuertes y preparadas, quedando ejércitos completos inviolados.

El primer bando en salir de Constantinopla fue el de Hugo de Varmandois, gracias a la colaboración del emperador Alejo, sus soldados sumaron cinco mil hombres en total. Le siguió Pedro el Ermitaño con sus tres mil soldados.

Godofredo, Balduino de Boloña y Bohemundo de Tarento decidieron unir sus fuerzas militares y viajar juntos hacia la bella Nicea.

El conde de Tolosa quiso ir solo, era una persona egoísta y con un afán notorio de conquistar nuevas ciudades. Con su experiencia militar junto a sus ejércitos, seis mil cristianos, era suficiente para extender su dominio cruzado.

El ejército de Hugo llegó a las proximidades del lago Ascanio, cerca del mar de Mármara, a finales del mes de abril de 1097. Acampó para que descansaran sus soldados y bebieran los caballos, pues era muy importante tener al ejército bien nutrido y preparado para la lucha.

Pedro el Ermitaño no tuvo tanta suerte, topando con unos guerreros turcos muy cerca de Ascanio, sufrieron un ataque donde los arqueros a caballo mataron a sus soldados, Pedro pudo huir junto con apenas cien soldados.

El último ejército cruzado en llegar fue el del honorable e incansable Godofredo y su hermano, que no tuvieron problemas en llegar a las costas del lago.

Los comandantes cristianos se reunieron fuera de sus tiendas, la noche era hermosa, plagada de estrellas.

Pedro, comentó el fatal encuentro con esos jinetes árabes:

—Íbamos cabalgando contemplando los bellos paisajes de Ascón. Desde unas colinas divisamos medio centenar de jinetes. Seguramente me confié, no presté mucha atención y seguí observando la belleza del lago… No me dio tiempo a reaccionar. Miles de jinetes rodearon a mis hombres. Fue una encrucijada sangrienta. Dios me iluminó y seguí un camino, cerca de Kelinh, un pueblo de unos veinte mil habitantes. Allí nos pudimos ocultar para despistar a esos árabes.

—Lamento lo sucedido. Nunca sabemos dónde encontraremos la muerte. De momento Nuestro Señor nos protege, y por ello confío que seremos invencibles —comentó Bohemundo de Tarento.

Raimundo no estuvo de acuerdo con las palabras de su hermano y habló con contundencia:

—Nuestro Señor Jesucristo nos protege, pero él no quiere que manchemos nuestras espadas de sangre.

—He observado vuestra relación, no os mostráis como hermanos, pues los hermanos deben respetarse. Siempre estáis distantes y os ciega el egoísmo. Queréis apropiaros de las conquistas al precio que sea —intervino Godofredo.

El 1 de mayo decidieron recoger el campamento y seguir hacia Nicea. A mediados de ese mes, los ejércitos cruzados llegaron a las gigantescas murallas de la gran ciudad.

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